Hace algunos años, al tratar de
describir mi trabajo para la edición del libro “La pintura al desnudo”
surgieron frases como las siguientes:
“…puedo decir entonces que mi trabajo se basa
principalmente en la figura humana. Desde el punto de vista formal y simbólico
busco plasmar al ser humano en su condición íntima. Es decir, al hombre y su
relación consigo mismo, y no la relación del hombre con su medio, lo que él es
como individuo fuera de cualquier contexto social, político, cultural,
histórico u otro, enfrentándolo a sus propios sentimientos, a su propia
impotencia, a su desnudez, a su vulnerabilidad y a su dualidad.
Esas
dualidades humanas: pasión-reflexión, consciente-inconsciente,
sentimiento-razón, etc., son principios fundamentales que, en mi opinión,
definen al hombre. En mi trabajo trato de manifestarlas por medio de figuras
construidas rigurosamente desde el punto de vista anatómico y de factura
realista aun cuando a menudo el tratamiento colorístico de los cuerpos resulte
a veces mucho más expresionista, que coexisten en un espacio totalmente
abstracto e intuitivo, opuesto, tal vez, a las formas racionales que tienden a
descomponerse, desvaneciéndose en el espacio.”
Ahora me doy cuenta de que
algunos de esos convencimientos que
tenía entonces ya se han desvanecido o modificado, y esa búsqueda del hombre
consigo mismo de aquella época fue evolucionando para descubrir a un hombre que
“se encuentra con sigo mismo” desde su relación con los demás. Un hombre
enriquecido e infinitamente mas complejo, fruto de un mundo relacional
extremadamente rico y muy diferente al de hace algunos años.
Y es que el mundo en el que
vivimos ahora es totalmente diferente al que era hace apenas veinte años cuando
comenzaba mi vida como pintor y escultor, después de la Academia y antes de los
teléfonos celulares y del internet, y supongo que estos cambios tan grandes han
generado a su vez replanteamientos y dudas, y evoluciones igualmente enormes en
todos y cada uno de nosotros.
El arte de hoy y su enorme
complejidad es evidentemente un claro espejo del mundo en el que ahora vivimos:
un mundo malabarista entre lo real y lo virtual, entre la economía de mercado y
la búsqueda espiritual donde el tiempo transcurre cada día mas rápido y donde
nuestra identidad como individuos no se construye ya solamente a través de la
interacción directa con otras personas sino por medio de celulares, Tablets,
iPhones, BlackBerry y redes sociales de identidades virtuales y alternas donde
cada quien puede ser un sinfín de personajes, y donde creo o siento que los
conceptos de privacidad e identidad buscan redefinirse con extrema urgencia.
Me parece que nuestro mundo ha
cambiado tanto en los últimos años, que me atrevería a pensar que la gran
mayoría de conceptos fundamentales que nos definen como individuos, como por
ejemplo el significado mismo del “Yo” y la “familia” están en camino de
redefinirse para incluir en ellas las interacciones en los medios virtuales y
redes sociales como el Facebook, Google o Wikipedia.
Dentro de este universo
vertiginoso y complejo en el que vivimos tratando de asimilar nuestra realidad,
ya no solamente en las tres dimensiones físicas que conocíamos sino en muchas
otras más, dimensiones cibernáuticas de alteregos virtuales dentro del magma de
información y de medios de comunicación, el arte parece redefinirse a si mismo
todos los días con cada creación, hasta el punto en que hasta los mismos
artistas se pierden a veces tratando de entender, ya su vez haciendo de esta
pérdida un nuevo universo de creatividad. No es de extrañarse entonces que el
arte de hoy en día, como espejo que siempre ha sido de la realidad social en la
que se desarrolla, sea una especie de explosión de formas, conceptos, ideas y
expresiones de todo tipo.