martes, 25 de septiembre de 2012

La Academia


La Academia
Cuando se califica una obra de arte como “académica”, tiende uno a pensar que es porque ella se apega a algún tipo de formación ofrecida por Universidades, Escuelas o Talleres de artes dentro de sus currículos de formación artística (esencialmente plástica). Se diría entonces que si los programas de nuestros centros de formación son “académicos”, las obras de sus alumnos y recién graduados son también, por lo general, académicas.
Hoy en Colombia (y por supuesto en otros países), los  programas de muchísimos centros educativos están orientados al arte “conceptual”, instalaciones y otras tendencia. ¿Podríamos decir entonces que el arte conceptual sobre el cual trabajan tan arduamente la mayoría de nuestros artistas jóvenes recientemente egresados es… académico?
Evidentemente no es éste el significado que la gente generalmente quiere entender por “academia”. A lo que se refieren son aquellas obras de arte enmarcadas dentro de cierto realismo o figurativismo que presentan un alto nivel de oficio y composición formal, y que además presentan niveles de lectura que superficialmente puede n parecer obvios, sin pretensiones concepto-filosóficas, concepto-sociales o concepto-políticas, muy de moda actualmente.
En ese sentido, las obras que he venido trabajando, no serían “académicas” en tanto que no tienen ninguna pretensión “conceptual”.
¿Será entonces necesario calificarlas de “Postmodernas”? No lo sé. No pienso en términos de escuelas o tendencias cuando pinto o esculpo, ni en lo que pretendo enseñar. Estoy convencido de que el lenguaje del que nos servimos los artistas plásticos y los músicos (entiéndase en la música clásica, excluyendo la ópera y las narrativas) es muy limitado en cuanto a la claridad del mensaje profundo (¿?) que habría de transmitirse (deliberadamente), aunque muy vasto cuando de emociones, espejos y testimonios se trata. Los temas políticos, sociales y económicos pueden ser magistralmente tratados a través del lenguaje verbal y las artes que lo utilizan como el teatro, la literatura, poesía, cine, etc., y por eso, además de la forma, estas disciplinas permiten sumergirse en un “fondo” relativo a las fuerzas que modelan la historia. Las artes plásticas y la música son diferentes; estas son, esencialmente, “forma”.
Yo parto desde los preceptos siguientes, que no sé si serán válidos para los demás o si resulten relevantes para otros, pero son los puntos a partir de los cuales he estructurado el trabajo que he venido desarrollando y el ejercicio docente al cual me he comprometido:

La conceptualidad en el arte no excluye el oficio.
Si bien alguna vez Marcell Duchamp afirmó que el arte había muerto, añadiendo inmediatamente:”que viva el arte”, pienso que lo que hemos interpretado es que  la manera como se definía el arte hasta el siglo XIX y su propósito, eminentemente decorativo, había perdido su razón de ser y que, debido a  la “modernidad” de mediados del siglo XX, tanto la justificación del arte como sus propósitos (estéticos, filosóficos y demás) deberían redefinirse por completo.
Esto obliga de manera absoluta a cada artista a buscar sus propias definiciones  y razones, su propio lenguaje y sus propios preceptos dentro de la plástica. Para algunos la modernidad se establece mediante un discurso anexo a la obra (…)
Para mi el discurso artístico es eminentemente plástico y si bien su justificación ha cambiado, el oficio sólo ha muerto verdaderamente para quienes así lo prefieran.  Pero las milenarias tradiciones plásticas son medios de expresión que no han dejado de tener validez, de la misma manera que en la literatura, el alfabeto, la gramática y el lenguaje son esencialmente los mismos; en los textos clásicos y en los escritos actuales.
Más aún, el hecho de reivindicar un “oficio” como medio de expresión, que bien podría considerarse hoy en vía de extinción, frente a  tendencias modernistas como la apropiación, la instalación, el performance, el videoarte y otras, es una posición en sí misma tan conceptual y post-modernista como cualquier otra.

El arte está destinado al público
Si partimos del principio general de que el arte es una manifestación natural en el hombre a través de la cual se expresa como un medio para comunicar, resulta evidente que lo que el artista expresa o comunica se dirige a un público.
Este precepto, seguramente válido para todo artista plástico, difiere en cuanto al público que cada artista escoge. Algunos trabajan para un destinatario especializado en el arte moderno cuya formación y conocimientos les permite comprender un lenguaje a menudo restringido para el resto; otros manejan un discurso que necesita ser estudiado para poderlo comprender, con lo que, obviamente, se dirigen a un público dispuesto a realizar dicho ejercicio y, otros muchos, buscan eco en el mayor público posible, de tan variadas maneras, como artistas hay en el mundo.
El público al cual yo trato de alcanzar se encuentra en ésta última categoría: en mi opinión el arte debería poder llegar a todo el público sensible (otra cosa es que a todo el mundo le guste). Y es por esta razón que trato de servirme de un medio de expresión sea asequible a todos, de manera que cada quien sea libre de “leer” en la obra lo que pueda y quiera encontrar.

El lenguaje de la pintura y de la escultura es formal.
También creo que la pintura y la escultura, como medio de expresión, deberían bastarse a sí mismas  para trasmitir el “mensaje” que conllevan. Si la obra, para ser “completa", necesitara cualquier tipo de complemento explicativo, dejaría de ser una obra plástica como tal para convertirse en un discurso o en un documento literario ilustrado: no sería ya una pintura o una escultura. El medio de expresión que yo he escogido para hacer de él mi vida no es precisamente la literatura sino un campo donde quien “habla” es la forma y el color y estos deben bastar para trasmitir todo lo que una pintura o una escultura puedan compartir con el espectador.
De allí que las motivaciones, por importantes, sustentadas y trascendentales que en un momento dado puedan ser para mí durante el acto de dar vida a una obra y que, obviamente, son válidas para mi, como artista y persona, y también importantes para mi proceso creativo, en últimas resultan secundarias porque, al final, lo que cuenta es la obra en sí y lo que ella pueda trasmitir.
Ahora, lo que una obra de arte trasmite es sumamente variable puesto que no depende solamente de lo que motivó su creación sino, más que nada, de la percepción del espectador; quiero decir que  la percepción del espectador incluye sus propios sentimientos, historia y personalidad - para no hablar de sus gustos, y también todo lo que el espectador proyecta de su propio subconsciente a través de la obra de arte. La sumatoria de todo eso es lo que finalmente decide lo que la obra le trasmite a cada cual; ella puede acercarse eventualmente a los propósitos que la vieron nacer, pero también pueden alejarse diametralmente, lo que, en últimas, resulta enormemente enriquecedor para el artista.
¿A qué artista no le habrá sucedido con frecuencia que lo que quiso decir con su obra resultara completamente diferente de la interpretación dada por alguno de sus espectadores? Para éste último, lo descubierto en la obra pudo haber sido valioso y, para el artista, enriquecedor y fuente de nuevos trabajos y planteamientos artísticos. Siendo así, ¿porqué habría yo de "imponer" mi versión (única) de una obra, si para el espectador y, en últimas, para el coleccionista, lo que le hizo vibrar pudo haber sido los sentimientos que le produjeron la sumatoria de obra de arte y vivencias propias?