El medio de expresión que yo he escogido es el de la forma y el
color, y estos deben bastar para trasmitir lo que un lienzo o un bronce
estén en capacidad de compartir con el espectador.
De allí
que las motivaciones que en un momento dado puedan ser para mí
importantes, sustentadas o trascendentales durante el acto de dar vida a
una obra y que, obviamente son válidas como artista y como persona, lo
mismo que para mi proceso creativo, esas motivaciones, repito, pueden
resultar secundarias porque, al final, lo que cuenta es la obra en sí y
lo que ella pueda trasmitir.
Sin contar con que lo que una
obra de arte transmite es muy variable ya que no sólo depende de lo que
motivó su creación sino, más que nada, de la percepción de quien la
observa. Y esa percepción incluye sus propios sentimientos, historia y
personalidad para no hablar de sus gustos, como también todo lo que de
él proyecta su propio subconsciente, a través de la obra de arte. La
sumatoria de todo esto es lo que finalmente es transmitido a cada cual.
Una obra de arte puede acercarse a los propósitos que le dieron vida,
pero también puede alejarse diametralmente, lo que, en últimas, resulta
muy enriquecedor para el artista.
Entiendo una obra de arte como una ventana que se abre al inmenso paisaje subconsciente de quien la observa.
¿A
qué artista no le habrá sucedido con frecuencia que lo que quiso decir
con su obra resulte después completamente diferente a la interpretación
dada por alguno de sus espectadores? Para éste último, lo descubierto en
la obra pudo haber sido valioso y, para el artista, enriquecedor y
fuente de nuevos trabajos y planteamientos artísticos. Siendo así, ¿por
qué habría yo de "imponer" mi versión (única) de una obra, si para el
espectador y, en últimas, para el coleccionista, lo que lo hizo vibrar
pudo haber sido el cúmulo de sentimientos producidos por la conjunción
de obra de arte más vivencias propias?
El ser humano y su mundo interno y personal
Con base en estos principios, puedo decir entonces que mi trabajo se basa principalmente en la figura humana.
Desde
el punto de vista formal y simbólico busco plasmar al ser humano en su
condición íntima. Es decir, al hombre y su relación consigo mismo, y no
la relación del hombre con su medio, lo que él es como individuo fuera
de cualquier contexto social, político, cultural, histórico u otro,
enfrentándolo a sus propios sentimientos, a su propia impotencia, a su
desnudez, a su vulnerabilidad y a su dualidad.
Esas
dualidades humanas: pasión-reflexión, consciente-inconsciente,
sentimiento-razón, etc., son principios fundamentales que, en mi
opinión, definen al hombre. En mi trabajo trato de manifestarlas por
medio de figuras construidas rigurosamente desde el punto de vista
anatómico y de factura realista aún cuando a menudo el tratamiento
colorístico de los cuerpos resulte a veces mucho más expresionista, que
coexisten en un espacio totalmente abstracto e intuitivo, opuesto, tal
vez, a las formas racionales que tienden a descomponerse,
desvaneciéndose en el espacio.
En la escultura, la misma dualidad o
yuxtaposición de lenguajes se manifiesta por medio de las tantas piezas
y texturas que conforman las figuras: fragmentos de experiencias,
vivencias, elementos exteriores y tantas otras cosas que integran
finalmente al individuo, enriquecido, definido y fragmentado por los
mismos elementos que lo componen.
Mis obras se sirven de la figura
humana como pretexto para generar espacios atemporales que no se
relacionan directamente con ningún contexto concreto; ellas centran la
atención sobre el ser humano y su mundo interno y personal.
En
cuanto a las influencias plásticas y vivenciales que hoy en día hacen
parte de mi obra, en mi mente se aglutinan cientos de obras de arte y de
artistas, grandes maestros y otros no tan grandes, de los cuales a
menudo sólo están presentes en mi memoria las imágenes de algún cuadro o
un fragmento de una obra cuyo nombre o autores se han difuminado.
Así
como los fragmentos y piezas que construyen mis esculturas, el artista
se compone de un sin fin de influencias, de artistas y de imágenes, de
paisajes reales o imaginarios, de objetos, de retazos de cuadros y
texturas.
Resulta imposible siquiera imaginar que hoy
pueda haber un artista que no tenga a Picasso dentro de sus influencias.
Él es quien encabeza mi lista junto a Duchamp, no tanto porque trate de
incorporar su estética o sus conceptos a mi obra, o porque trate de
continuar alguno de sus lineamientos, sino porque ellos definen el arte
del siglo XX, y porque cualquier posición estética o relativa a la
plástica contemporánea, se estructura inexorablemente en relación con
ellos.
Mi primera gran influencia fue y seguirá siendo
Miguel Ángel, su Capilla Sixtina basada en la sumisión del hombre ante
la divinidad, y los Esclavos que, en mi opinión, son las primeras
esculturas “modernas” de la historia - según la modernidad del siglo
XX-, adelantadas cinco siglos a su tiempo.
Sobre estos
últimos desarrollé mi tesis de grado en la Academia Real de Bellas Artes
de Bruselas, con una serie de dibujos en técnica mixta que buscaban,
entre otras cosas, incorporar el soporte (papel, collage) como elemento
plástico “relevante” dentro del cuadro, al mismo nivel que el pastel, el
carboncillo, la tinta y demás componentes. De la obra de Buonarotti y
de mi tesis de grado nacieron la mayoría de los principios que todavía
rigen mi trabajo.
El interés que he tenido siempre por la
figura humana me ha llevado a encontrar mucha relación con artistas como
Rubens y su tratamiento de los cuerpos, a Caravaggio, Delacroix, etc.
La técnica de los primitivos flamencos y el manejo de la luz de los
holandeses, cobijó mi formación plástica en Bélgica y determinó en gran
parte mi manejo pictórico.
El manejo del color de maestros
como Obregón y Roda, la fuerza de Caballero así como la línea de Manzur
y de Grau, los ambientes de Ariza y tantos otros grandes artistas
colombianos, son influencias definitivas, tanto para mí como para
cualquiera que incursione en el mundo de la plástica en nuestro país.
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