Gracias a esto nos acercamos a la
cotidianeidad de muchos, y entre ellos a nuestros colegas y a veces amigos
artistas a quienes seguimos, y nos afiliamos a grupos y páginas de arte y
artistas que admiramos o envidiamos algunas veces también. Nos enamoramos de
imágenes de gatitos cómicos, compartimos videos musicales y criticamos
fotografías de niñas que buscan reconocimiento mediante autorretratos de
escasas vestimentas y actitudes “prepago en promoción”, y de vez en cuando nos
encontramos con publicaciones del mundo del arte y escritos de nuestros colegas
que reflexionan o critican sobre el arte de nuestro tiempo.
Aquellos artistas que están
dentro de “La onda conceptual” de una u otra manera, no opinan o no critican, o
más bien deba decir que ya no tanto. Tal vez sea porque no hay por donde criticar aquello de
lo que se vive, en lo que se cree y que uno mismo hace, o porque para los
artistas conceptuales aquellos que no lo son no representan una amenaza, o
pensarán que no son competencia… o tal vez simplemente estén por encima de la
necesidad de criticar y de cazar peleas sin sentido.
Yo pienso más bien que es porque,
ahora, el campo del Arte Conceptual ha ganado tanto terreno dentro del mercado
nacional e internacional que ya no necesitan seguir peleando y criticando a los
demás para poder conseguir un lugar.
En cambio, por parte del gremio
de mis colegas artistas no conceptuales, artistas figurativos, artistas de
caballete, pintores, dibujantes y escultores, algunos de enorme talento y
reconocimiento, otros menos conocidos o con carreras no tan largas todavía y
otros claramente aficionados, es frecuente encontrar comentarios, artículos reseñados o compartidos en sus
páginas y hasta cartas de denuncias, manifiestos y protestas en contra del arte
conceptual.
Cuando uno escucha a los
políticos en campaña, haciendo enormes esfuerzos por desprestigiar a sus
oponentes se lamenta uno de ver la poca integridad de aquellos que aspiran a
ser nuestros dirigentes, y cuando conocemos o sabemos de personas que no dudan
en hablar mal de otros o que buscan desprestigiar a sus colegas para validarse
a sí mismos o lo que hacen, cuando ve uno a la gente que dice que lo que ellos
hacen es valioso porque lo que los demás hacen es malo, recuerda uno a esos
personajes antagonistas en series de televisión o telenovelas que son los malos
de la serie, el antihéroe resentido que solo busca el mal ajeno para su propia
conveniencia, pero hoy en día en las redes sociales, poco a poco pero
reiteradamente mis colegas artistas, entre los cuales muchos a quienes admiro y
aprecio sinceramente comentan y publican actitudes similares en función del
nivel de indignación de cada uno o del
tamaño de su propio orgullo, o en función de los intereses particulares que
este o aquel pueda tener al respecto, como si buscaran desprestigiar, o
francamente si pudiesen, destruir toda forma de arte conceptual o arte
“diferente” al suyo, porque ellos no están de acuerdo con el o, me pregunto yo,
por miedo tal vez a no poder comprenderlo o no saber cómo acceder a él?
Honestamente, a mí, esto me
genera un problema emocional complejo. Siempre he creído, tal vez por
conveniencia, que el arte y la condición de artista, son formas elevadas de la
condición humana. He querido creer que el arte y los artistas están por su
misma naturaleza, su inteligencia y su sensibilidad tienen la capacidad de ver
el mundo con mayor claridad, con mayor justicia, equidad y compasión, y que
desde esa capacidad producir arte que pueda inspirarnos a ser mejores. Muy en
el fondo de mí mismo he querido mantener esa idea como guía, a sabiendas de que
es una utopía que nunca se ha dado y tal vez nunca será, pero de ahí a
rebajarse uno al nivel del chisme y la
difamación…
Confieso que por muchos años yo
mismo he tenido problemas con el arte
conceptual. Yo también tuve problemas para entenderlo, aceptarlo o apreciarlo,
a mí también me parecía que no tenía ningún sentido producir algo sin ninguna
cualidad estética o plástica y pretender defenderlo con discursos absurdos e
incoherentes, o muchas veces sumamente pretenciosos para pretender validar la
mediocridad como arte y mi orgullo lo rechazaba tajantemente, como veo que le
sucede a muchos de mis colegas hoy en día.
Pensaba, que era una moda
inmadura, pretenciosa y postiza, y que como todas las modas sería algo efímero
y condenado a desaparecer, pensaba que era una manifestación pseudo artística
inmadura que niega su vinculación con la
historia del arte, así como el adolescente niega su herencia y su familia para
reclamar un atisbo de individualidad, y que siendo así, esta inmensa crisis de
adolescencia del mundo artístico tendría que alcanzar la madurez algún día, ¡y
entrar en razón!
Pero el inmaduro era yo creyendo
que yo tenía la razón y que el resto del mundo estaba equivocado. El haberme
atrevido a juzgar el arte conceptual desde mi propia ignorancia justificada por
mi orgullo y por el miedo a lo que desconocía, a lo que no entendía y que por
no entenderlo minaba mi autoestima, solamente me demostró que el inmaduro era
yo y no el arte, el infantil era yo quien me negaba a abrir los ojos y a
crecer, porque me daba miedo enfrentar la posibilidad de estar equivocado y de
tener que reevaluar mi propio trabajo.
Por supuesto que de una u otra
forma hay que estar en contra de lo
conceptual si se es un artista de caballete, y se escoge ser figurativo, o
realista, o aun expresionista o lo que se quiera escoger, porque esto satisface
nuestros sentidos, deseos, egos, orgullos y demás, o porque produciendo lo que
consideraríamos arte bello complacemos a nuestros círculos familiares o
sociales ganando su aceptación o admiración y compensando nuestra falta de
autoestima por haber sido “diferentes” o “raros”, validándonos así como
creadores y personas “importantes” dentro de nuestro medio inmediato. En mi
caso, a veces creo que fui artista e hice lo que hice buscando desesperadamente
esa aceptación por medio de mi familia, y los gustos y anhelos o proyecciones
de los miembros importantes de esa familia influyeron tan fuertemente en lo que
debía pintar y en cómo hacerlo que terminé convenciéndome a mí mismo que ese
era el camino correcto.
No, esto no es una crítica más
hacia mis padres, sino la necesidad de un adolescente inseguro de sí mismo y
que se sentía sólo por ser el niño diferente, de conseguir aceptación y
validación por parte de su medio vital inmediato que es su familia, y desde
allí construirse un espacio en la sociedad con la que interactuaba; nada más.
Habiendo pasado ya el deprimente
umbral de los cuarenta años desde hace ya un tiempo imposible de confesar, por
fin me doy cuenta de que mis lecturas hacia el arte contemporáneo y el arte
conceptual eran sumamente cerradas, por conveniencia más que nada. Necesitaba
cerrarme a ello para poder justificar lo que yo hacía, lo que pintaba, lo que
esculpía, pero ahora entiendo mejor la opinión de esos críticos de arte que me
dijeron y me mostraron lo desfasado que estaba en muchos de mis conceptos y que
yo no entendí.

¿Pero cómo fue que pasó? ¿Cómo
fue que tal aberración se convirtió en arte? Simplemente porque a pesar de lo
que algunos todavía prefieren seguir vociferando, el arte conceptual no es una aberración, no es el anti-arte, no es
un absurdo y el mundo, lo queramos aceptar o no, no está equivocado.
El hecho de que algunos no lo
entendamos o no queramos entenderlo y aceptarlo, o de que otros, por más que nos esforcemos
por entenderlo no lo logramos, y por mucho que algunos alcancemos finalmente
alguna comprensión y lleguemos incluso a admirarlo, aun así sigue siendo
difícil poder “hacerlo” ¡y hacerlo bien!, y esto lo digo como un artista, que
ha caminado ese sendero y que reconozco mi incapacidad actual para poder
producir una obra que al menos en mi concepto alcance el “nivel” de aquellas
obras y artistas conceptuales que han ganado mi admiración y respeto.
A todos esos amigos y artistas
que aún se encarnizan buscando maneras de criticar el arte conceptual porque es
más fácil criticar y matar lo diferente y lo que se desconoce que hacer el
esfuerzo de abandonar los prejuicios y trascender nuestro ego para crecer
descubriendo nuevos mundos les dedico esta reflexión:
El hecho es que el arte
conceptual No va a desaparecer y nada gana nadie con seguir peleando en contra de
la dirección en la que gira el mundo. El arte conceptual no es el enemigo a
muerte de nadie como pareciera que muchos piensan: he visto personas que se
encolerizan y cambian de color frente a obras conceptuales o incluso ante su
sola mención.
Si yo fuese psicólogo me
preguntaría: ¿Si el arte es un espejo, por qué se sienten tan amenazados en su
ego estos artistas?
La complacencia Retiniana
Hace poco alguien me dijo que el
asunto con el arte de hoy en día es que uno no puede pretender ya que el arte
sea solamente un asunto de Complacencia Retiniana y nada más. Que el arte ya no
se trata solamente de producir una imagen agradable a los sentidos para decorar
este muro o aquel espacio, y menos convertirse en una mera demostración de
habilidades técnicas, sino que necesita ir más allá. A esa persona le agradezco
enormemente sus palabras porque creo que gracias a ellas por fin entendí
algunas frases que yo mismo he enunciado durante años sin darme cuenta de lo
que me decía a mí mismo:
“Hay una gran diferencia entre el arte y la artesanía,
y es que si bien la artesanía se trata del despliegue de habilidades y oficio
que posee el artesano para la elaboración de una obra, cuyo valor radica
principalmente en la técnica, la calidad del objeto o producto terminado, su
valor estético, su belleza, el refinamiento de sus acabados o la maestría con
la que fue elaborada dicha artesanía, en su unicidad, o el hecho de que por ser
precisamente de carácter artesanal, su producción es manual y por tanto
limitada, lo que acentúa su valor, en su “belleza objetual”…
La obra de arte, para poder ser llamada arte y no artesanía, necesita poder ser algo más.
Necesita ir más allá de un “simple” objeto bello y decorativo, para convertirse en algo más que la eleve a la condición de arte.
La obra de arte debe tener en sí misma TODO lo que el artista es capaz de hacer en ella desde el punto de vista de su oficio, destreza o habilidad, y además debe tener parte de su alma, de su vida, de su ser”
Por muchos años he repetido este
discurso con las mismas u otras palabras frente a estudiantes y artistas en
desarrollo queriendo inspirarlos a ir siempre más lejos, más profundo, más alto
en su búsqueda y desarrollo, sin darme cuenta de que ese “algo más” que haría
trascender la obra hacia el nivel de arte era lo que precisamente se me
escapaba en realidad y que los esfuerzos tanto míos como los de muchos artistas
se seguían centrando principalmente en el oficio, o en la pericia y destreza, o
en una cierta forma de querer demostrar una habilidad supuestamente superior
pero que finalmente nos devuelve al problema de la artesanía o del objeto decorativo sin más…
Ese “Algo más” es la búsqueda del
arte y del artista. Es de ello que depende que una obra pueda convertirse en
arte sin importar cuál sea el nivel técnico de habilidad del hacedor: el arte
dejó de ser una competencia de habilidad artesanal hace cientos de años ya, y
quienes se han querido quedar en ese argumento como fundamento de sus vidas y
trabajo son probablemente magníficos artesanos con habilidades extraordinarias;
pero no artistas.
Ese “Algo más” a veces habla de
estilos o de universos estéticos que crean algunos artistas y que en algunas
épocas fue respuesta suficiente para validar sus obras. Otras veces se trata
del contenido de la obra, o del tema que trata, o la denuncia que propone,
tratando de llevar el arte a una postura política o sociológica…, Otras veces
ha sido sobre el significado mismo de la estética y sobre los valores o
fundamentos desde los cuales dicho concepto se construye, dándole al arte una
dimensión un tanto más filosófica o epistemológica, en donde se centra gran
parte de la producción actual artística y conceptual.
Cuando me hablaron entonces de lo
de la Complacencia Retiniana,
comprendí que el juicio que portaba antes sobre las obras conceptuales, el
mismo que veo que portan muchísimas personas y artistas hoy día, estaba basado
en la incapacidad para poder apreciar y entender esas obras con tan sólo un
vistazo. Pero al entender esto me di cuenta de que si Sí hubiera podido
entenderlas de esa forma, entonces ¿Cuál sería verdaderamente su valor? Valdría
lo mismo que mi cajita de té que tiene
un lindo dragón repujado en metal en la tapa y que me parece hermosa, o
valdría lo mismo que vale para muchas personas, y que a los que nos creemos
artistas nos ofende frecuentemente, el cuadro que consiguen en el almacén de
muebles que decora el comedor porque tiene frutas y flores, ¡y que combina con
la tela de las cortinas o el tapizado de los asientos!
Si cuando de música se trata,
para poder juzgar una canción o una melodía cualquiera uno se toma al menos los
cuatro minutos que dura la canción para
escucharla antes de decidir si nos gusta, o con respecto a la literatura nos
tomamos el trabajo de leer, al menos un capítulo, o tan siquiera el índice, el
resumen de la contra carátula, la bibliografía en algunos casos o el prólogo
para los más valientes, si para ver una película no nos salimos de la sala tras
la primera escena diciendo que es una porquería, ¿por qué entonces con respecto
al arte plástico nos es suficiente un rápido vistazo superficial para
declararlo como “Basura” y no hacemos el esfuerzo de acercarnos, de analizar,
de permearnos y de al menos tratar de averiguar o entender lo que el artista
quiso decir antes de imponer sentencia y condenarlo a muerte?
No sé cuántas veces he visto
personas cuyos vasos sanguíneos capilares del rostro se congestionan
rápidamente tiñendo sus rostros de cólera y humillación ante la vista de una
obra conceptual, y expresan indignados que eso es una porquería, ¿que quién se
cree el farsante que hizo eso al burlarse de nosotros? Que lo creen a uno
estúpido pretendiendo convencerlo a uno de que eso es arte, Para luego
retirarse ofendidos y dignos de la exposición o del recinto, y quienes nunca se
acercaron siquiera al artista o al galerista a preguntar de qué se trataba la
obra, o quien es el autor, o porqué habría de hacer algo semejante antes de
emitir un juicio.
Es como cuando un niño dice:
--“No me gusta
el queso!”
–Lo has probado alguna vez?
–“No, pero
porque no me gusta!”
Si en el campo del arte hubiera
algo de equidad o justicia, ¿dónde quedó la presunción de inocencia y el
derecho a la defensa? ¿Por qué antes de emitir un juicio y pedir la horca o la
silla eléctrica para el arte conceptual no le otorgamos al artista el derecho a
la defensa? ¿Por qué nos cerramos tanto a tratar de usar nuestra inteligencia y
nuestra sensibilidad, para aceptar la invitación del artista a jugar, por unos
momentos, el juego que él propone, para saber si nos gusta y nos aporta algo,
como claramente lo hacemos al escuchar música, ver una película o leer este
texto?